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viernes, 29 de noviembre de 2013

MADRID. AÑOS OCHENTA.

Dirás ke guardar los pulmones en una guitarra
no sacude el cielo de estrellas,
no libera de inmundicias, ni alimenta más detello
ke el del silencio y la ausencia.
Al parecer ya no hace falta fingir,
ke mires o no el mundo sin falsedad
será lo mismo, pero dentro de una guitarra.
De akellos años la droga presidiendo mesas
y escuelas. Vivid, vivid, decían los padres de la patria.
Akí en Madrid, recuerdas ? Madrid sinónimo de reir,
soñar, volar, y la muerte en el barrio de San Blas
hacía capilla de rigor en cada hogar.

Yo viví del otro lado, reparando heridas
en mi inocencia, pero no mías, las de los demás.
La heroína makillaba los noticieros, porke el pueblo
cuando se echaba a la calle ya no tenía de ké huir.
Era imposible tumbarse sobre la hierba
sin encontrar jeringuillas usadas, imposible 
caminar sin ver infecciones en los brazos,
la sobredosis en hospitales de urgencias.
Y a todo esto el alcohol cuajaba en clave de rock.

Dirás ke no es prudente revelar cuanto ocurrió.
Fue como si decidieran ke la droga liberaba al pais
de tensiones y sufrimientos. Y todo el oro del mundo
retenido en los bolsillos de políticos y policías,
jueces, notarios, médicos, trabajadores sociales.
En fin, si ya da igual mirar o no con sinceridad
aplasto la monotonía de la noche y su negrura sin memoria.
Me veo en akellos años recorriendo poblados gitanos.
Cúrales, me decían, a los niños ke se drogan.
Y yo miraba mis zapatos llenos de barro,
porke las casas de uralita y cartón eran guitarras disonantes
de narcótico y dolor. 
Yo les llevaba al sanatorio de toxicómanos.
Allí les resumía el mundo fingiendo un retrato de esperanza
y en mi trankilidad los psicólogos negociaban su sueldo
en la administración.
Cúrales, líbrales de la alucinación.
Les llamaban politoxicómanos. Así les llamaban.
Carne de kemadura, sin futuro ni expresión.

Ke tenga los pulmones dentro de una guitarra
no dice  nada nuevo en el recuerdo. Yo viví akellos días
en el lado del suicidio lento.
El rock era una inmensa amapola de opio.

Ahora, de akellos años me llegan a veces sobrevivientes.
Llevan heridas las pestañas, el hígado sin corazón.
- Cómo nos engañaron, hermano -, me dicen.
Cadavéricos, luego de girar por cárceles y comedores
donde aliviar a jonkis de su inexistente angustia,
regresan del pasado y me miran silenciosos,
con agujas aún clavadas en las arterias de la desilusión.

Ke se sacuda el cielo de estrellas.
No ayuda en nada.
Pero recordaré por cada una de ellas 
un muerto en el ángulo del desengaño, 
esos ke la memoria oculta en sus vergüenzas, 
ese tiempo de obscenidad infame
ke los relegó al sueño de las amapolas,
regando las calles de olvido y omisión.

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